El resurgimiento católico en la literatura europea moderna (1890-1945)

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«Israel, la insoluble» (Maeztu)

manifestacion bundista judios 1917

Manifestación de judíos socialistas polacos (bundistas) en 1917

 

Ramiro de Maeztu: “Israel, la insoluble” (1919)

(La Correspondencia de España, 29/05/1919, pp. 1-2)

 

Los polacos reinauguran su vida nacional, contando entre sus convecinos a tres millones de judíos. Todos los polacos, judíos o gentiles, no pasan de 20 millones. Los judíos constituirán el 15 por 100 de la población polaca. Polonia será el pueblo del Mundo donde haya proporcionalmente más judíos, y si los polacos compartieran los gustos del doctor Pulido serían la nación más feliz de la Tierra.

No los comparten, por desgracia. Un israelita, Mr. Israel Cohen, que acaba de visitar Polonia, se ha encontrado allí con que si bien se ha establecido la igualdad en las leyes, el antisemitismo regula las costumbres. La culpa –dice Mr. Cohen– la tienen los políticos, y especialmente el Sr. Román Dmowski, por haber difundido la doctrina del “boycott” económico contra los judíos.

El Sr. Dmowski es hombre peligroso. Hace unos años que me recibió en su casa de Mount Street, y me contó el origen del dicho: “Sobre gustos no hay disputa”. Parece que cuando se enteró Julio César de que los judíos eran el pueblo elegido, alzó ambas manos el pontífice máximo, porque César no había llegado aún ni a un triunviro, miró a los cielos con ojos escrutadores, como si quisiera comprender a Jehová para excusarle, y dijo: “De gustibus non est disputandum”.

¿Cómo han de defenderse los judíos contra el antisemitismo de los polacos? Al asunto consagra Mr. Cohen dos largas columnas en “The Times”. No he podido entender todo lo que dice en ellas. Parece que el horror a la expresión directa, el retorcimiento barroco, la rimbombancia y el “camelo” son los estigmas que nos legaron árabes y judíos para que no pudiéramos olvidarnos de que vivieron luengos siglos en las tierras de España.

Pero lo que entiendo en el alegato de Mr. Cohen me permite decir que los judíos de Polonia quieren que se les reconozca como una minoría nacional y que se les conceda autonomía para todos los asuntos referentes a “religión, educación, lenguaje, cultura, organizaciones de caridad, higiene pública y mejoramiento económico”. Los judíos polacos desean organizarse en un sistema de Consejos comunales, bajo la dirección de un Consejo central, que estará representado en el Gobierno de Varsovia por un ministro, con derecho a intervenir en las deliberaciones del Gabinete, en todas las cuestiones que afecten a los judíos, que son, naturalmente, casi todas las cuestiones políticas.

En cierto modo es maravilla que se les haya ocurrido hacer semejante petición. La presente es la segunda edad de oro de los judíos en el Mundo. Lo mismo en Londres que en París, en Berlín que en Viena, en Varsovia que en Moscú, en Constantinopla que en Roma, en Nueva York que en Chicago, los judíos son dueños de los palacios más suntuosos y de las fortunas más cuantiosas. Y ello lo deben los judíos a que la Revolución francesa abolió las jurisdicciones especiales y los derechos feudales. La ley ha igualado a los judíos, y los judíos se han hecho los amos gracias a la igualdad legal.

“Es que somos el pueblo elegido”, contestan los judíos. Precisamente. Los judíos no serán el pueblo elegido; pero creen que lo son y obran tal cual si lo fueran. Toda su religión consiste en la creencia de que así como no hay más que un Dios, que es el de Israel, no hay tampoco más que un pueblo bajo Su especial protección: los descendientes de Abraham. Es una religión contractual, en la que Jehová garantiza a Israel la prosperidad en este mundo y en el otro, a condición de que Israel se mantenga fiel a Jehová. El judío guarda la ley, y Jehová le recompensa en oro acuñado o en pasta.

De lo que principalmente ha de ocuparse el buen judío es de no extranjerizarse. Ya la circuncisión le diferencia de los hombres de las tribus circundantes. El mayor de los peligros para todos los sacerdotes de su religión, desde el profeta Esdras hasta el último rabino, es casarse con mujer de otros pueblos. Todos los ritos sobre comidas y bebidas tienden a separarle de los demás hombres. El gran Amechel Rothschild, de Francfort, no comía jamás en mesa extraña, ni cuando le invitaba el Emperador. Y Carlos Guillermo, el último Rothschild de Francfort, se hacía traer directamente de las prensas los billetes de Banco, porque no quería tocar cosa alguna que un cristiano hubiese tocado previamente.

Del hecho de ser los escogidos deducen lógicamente los judíos que no deben tratar del mismo modo a los escogidos que a los rechazados por la Divinidad. El otro día os recordaba el pasaje del Deuteronomio en el que se dice: “Al extraño le cobrarás intereses; al hermano no se los cobrarás”.

El antisemitismo está muy mal. Aún son peores las leyes especiales para los judíos. No me parece bien que se les vuelve a obligar a tocarse con gorros puntiagudos, como en la Edad Media. Tampoco está bien el boicot, que consiste en suprimir el comercio social con los judíos. Pero en el trato común de las gentes se rehúye el comercio con personas que nos desprecian. Y el caso es que los judíos nos desprecian, y no ya por aquella flaqueza del orgullo, en que podemos incurrir todos los pecadores, sino que nos desprecian porque su propia religión les hace despreciarnos. Poneos en el caso de un judío. Suponed que se os ha enseñado desde niño a considerar a los demás hombres como seres inmundos, a los que solo podréis tratar como semejantes el día en que se circunciden y reconozcan a Jehová. No tendrías entonces mucha razón en daros por ofendidos si esos serse inmundos se negasen a ser vuestros amigos. Y esta negativa es el boicot.


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