El resurgimiento católico en la literatura europea moderna (1890-1945)

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José Bergamín: la política, el arte y el catolicismo

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José Bergamín

José Bergamín: “Ni arte ni parte” 

(La Gaceta Literaria, 1/4/1928, nº 31, p. 1)

 

Por todas partes se va a Roma. Por eso, los que piensan ir, se dicen a sí mismos: vayamos por partes. Y los que se llaman a la parte, a las partes –a todas y a cualquiera–, se convierten en partes también, y son las partes, los actores, los de la derecha y la izquierda, según la mano, que es por lo que se pierde o se gana: por la mano, l mano de jugar. Porque es juego de mano, en efecto, eso de la derecha o la izquierda, juego de villanos: de villanía, de ciudadanía, de ordenanza municipal: llevar la derecha o la izquierda. Ahora se lleva más la derecha, según parece. Según parece y puede que no sea; que no todo sea por Dios. Y por Dios tiene que serlo todo y no parte ni arte ninguno. Que todo sea por Dios, aunque no lo parezca, es cosa natural. Que no lo sea, que lo parezca, artificial, del Diablo, por el Diablo. Naturalmente, un contra-Dios. Y Dios no puede tener partido, ni arte servicial. Arte, ¿de qué? Porque el arte por el arte no es nada, y el arte para el arte, menos que nada: una diablura, una manera engañosa y aparente de pordiosear. Y también por la mano, por las manos, villanamente, en un doble juego de hipócrita ignorancia mutua para dar y tomar. Que hay quien se cree seguro, porque ignora hasta dónde tiene su mano derecha, y quien se cree inocentemente responsable –en arte y en parte– sencillamente porque se ha lavado las manos, cuidadosamente, por higiénica habitualidad. Y no basta. Que el hábito de religiosidad no hace desaparecer en el monje o fraile post-artístico el que haya sido antes cocinero. Artífice, más o menos puro, o limpio (por mucho que se lave las manos) de cualquier recetario estético pseudorreligioso espiritual. Que si hay quienes toman un dogma católico por una receta, hay más aún que toman cualquier receta –estética, científica, política o moral– por dogma, y católico, de transcendencia universal. Y quieren colocarnos a nosotros, los que somos dogmáticos católicos, gracias a Dios, de un modo policíaco y escénico, callejero o teatral: a modo –y a modas– de los otros, de los de la mano, de los actores o histriones, de los de la farsa (la farsa, con todos los respetos: lo más respetable en el teatro no es el público, sino el farsante), de los de la derecha o la izquierda, en fin.

Pero el camino real de Roma –catolicismo–, que es el único camino real, es ruta celeste y no tiene derecha ni izquierda determinada por una exigua economía espacial. Las relaciones son distantes, siderales, de proporciones astronómicas. ¿Derecha o izquierda de qué?, cuando estamos, no en parte –ni en arte– sino en todo, en el Universo –catolicismo–, en la Iglesia (natural y sobrenatural, visible e invisible), católica, apostólica, romana: en la universalidad. Yo, que soy católico de nacimiento, como todo el mundo –católico de nacimiento, como es natural, y de re-nacimiento, como es sobrenatural–, no conozco, naturalmente –ni sobrenaturalmente– ninguna otra universalidad.

Pero es que los que no tienen religión ninguna –positiva, dogmática– se han hecho religión de todo; del arte (¿y qué es eso: el arte?), de las artes –poéticas (música, pintura, literatura…)– también. Y también de la moral o de la política, o de la ciencia, y hasta de sus caprichos. Idolos bellos o feos, según. Supersticiosa autoridad. Se han hecho –hecho y no engendrado– su fe, instintiva, turbia, fatal, sin entenderla. Y es que han puesto su fe en el hecho, en lo hecho, y en el arte, cualquier arte, es siempre un hecho, un artefacto –como decían los escolásticos–, una construcción, o arquitectura, poética, espiritual. No una creación divina, sino una criatura humana, de la que el poeta es responsable en conciencia –en su conciencia–, pero de la que es, integralmente, totalmente, independiente. Por eso, si quiere, le somete, o se somete a una autoridad. Y la única, sola, exclusiva y excluyente autoridad viva para un católico es la de su Iglesia. No en arte ni en parte, sino en todo.


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